Olivia y Guadalupe
Ricardo Ramírez Arriola
Se crió en Tampico y dice que un huracán
se llevó todo, hasta las fotos
Del libro Guadalupe, de Olivia Vivanco
No soy un estudioso de la fotografía ni de la semiótica de la imagen. Como Olivia, soy alguien que toma fotos con la intención de compartir instantes. Es desde ese lugar que hoy les comparto algunas impresiones y emociones que despertaron las páginas de Guadalupe.
Guadalupe es un libro en el que no puedo separar las fotografías de las palabras que las acompañan.
En cuarenta páginas hiladas con la complicidad de Lourdes Franco y Daniel Luna, Olivia nos regala diecinueve fotos, diecisiete de ellas de su autoría, y breves y contundentes textos, con los que nos invita a realizar un viaje en el transcurrir de lo que podría ser un día, o bien toda la vida, de una gran mujer. Este libro es un pequeño gran homenaje a Guadalupe, y a través de ella a todas las mujeres, madres y abuelas, que de manera silenciosa y anónima “lavando ropa ajena, planchando camisas, criando niños”, llevando a la escuela, “cuidando nuestras enfermedades, alimentándonos”, estando en casa y también cargando tristeza, ausencia y vacíos, han construido sociedades.
En ese sentido Guadalupe, nos invita a contrastar la imagen de una madre y la mirada de una hija. Es un sutil y poderoso testimonio de cambios no sólo generacionales sino también sociales.
Hay fotógrafos a quienes buscar las intimidades, posiblemente cargadas de claroscuros ante otros ojos, o bien nuestras “normalidades”, aparentemente comunes y simples, nos cuesta. Posiblemente bajo esa aparente indiferencia se asome el miedo y la sensación de impotencia frente al desgarro que implica sumergirse en uno mismo, en las propias raíces. Este ejercicio es al que nos invita con su libro Olivia, la niña, la fotógrafa, la mujer.
Guadalupe no es sólo una gran mujer, hoy también es un libro, un abrazo; también es catarsis y curación, no sólo para la autora, sino seguramente para muchos lectores. Abre ventanas. Es una propuesta inteligente que invita a explorar nuestras propias relaciones familiares desde la fotografía, no únicamente como un registro, sino más bien como un instrumento para entender, reencontrarse y curar. Guadalupe, con sus palabras e imágenes nos provoca a esta posibilidad.
Olivia nos cuenta una historia de manera evocativa, en una relación entre pixeles y palabras interesante y rica. De manera sincera va abriendo caminos de aproximación y exploración de un mundo íntimo, femenino y familiar; respetuoso pero también crítico con los modelos heredados en la construcción de nuestras relaciones familiares.
Es un libro que, desde su aparente sencillez y sobriedad nos permite una riqueza de lecturas y percepciones. Es una propuesta bien articulada, que puede ser “delicadamente” inquietante e incluso perturbadora.
De esta relación entre fotografía y texto, con sus diferentes variantes, me gustó la invitación de Olivia a ver una foto ausente, presente a través de sus palabras:
“Me sentía triste y busqué a Guadalupe en su casa.
Ella no estaba y de pronto sentí un vacío, el que creo
que sentiría si ella ya no estuviera aquí.
Tomé una foto de la ropa de mi mamá sobre su cama.
Colocarla y tocarla, me hizo sentirla y,
al mismo tiempo, extrañarla.
La estuve viendo por un largo rato.”
Olivia y Guadalupe nos comparten hoy estas fotos, instantes personales, sin pretensión técnica, desde la sencillez, de manera horizontal, íntima y cotidiana; bajo la cálida luz que acompaña la cotidianidad. Sin retoques ni ajustes. Esa luz me transmitió melancolía, encierro y soledad. Pero Guadalupe es un libro cargado de profundo amor; de un amor contenido y silencioso, reservado, simplemente porque no nos enseñaron a exteriorizarlo y vivirlo de otra manera. Nos dice Olivia:
“Hasta antes del glaucoma, Guadalupe tejía las tardes vestidos para sus muñecas.
De niña jugaba en la calle pero no tenía muñecas.
Aunque tuvo ocho hijos nunca jugó con ellos.”
Riqueza y profundidad de lectura es lo que a mi parecer hace de Guadalupe una propuesta sólida, sencilla, íntima, y por eso poderosa.
Pero Guadalupe no viene sola, viene acompañada de Isalia, de la propia Olivia reencontrándose con fantasmas en el Cine Ópera, viene de la mano de otras mujeres, de presencias ausentes, de rescoldos, de ferias y ecos de la infancia; instantes del camino recorrido por Olivia, con el corazón y la cámara en la mano, para descubrir y cincelar una propuesta y lenguaje, viviendo su capacidad y necesidad para adentrarse en su mundo íntimo, personal, evocativo; el complejo camino de abrir puertas, con un globo azul en la mano, por los claroscuros de la memoria.
Al conocer este nuevo trabajo de Olivia, al hojear este libro, siento que esa capacidad y necesidad son la fuerza de su propuesta con la cámara; la relación de la fotógrafa con su propio ser.